La Percepción de los Estímulos

Para poder llevar a cabo los procesos de regulación tendentes a corregir las desviaciones producidas en el medio en que vive un organismo, éste debe percibir estos cambios, y lo hace en forma de estímulos. Se pueden distinguir básicamente dos tipos de estímulos, los internos y los externos. Y para cada uno de ellos se desarrollan receptores específicos.

Los organismos vegetales poseen receptores internos de naturaleza física y química, utilizando unas hormonas específicas (fitohormonas) como mensajeros. Su incapacidad de desplazamiento (salvo los organismos vegetales unicelulares y los elementos de propagación de los pluricelulares) y la baja tasa de metabolismo, en comparación con la de los animales, hacen que carezcan casi por completo de receptores externos. Sus reacciones ante los cambios ambientales no son instantáneas y únicamente algunas especies poseen cierta capacidad de movimiento como respuesta a un impulso del exterior.

Los animales, por el contrario, disponen de una amplia gama de receptores especializados en los distintos tipos de estímulos. Así, han desarrollado órganos sensibles a la luz, a la temperatura, a la presión, a los cambios de posición, a la fuerza de la gravedad, a la presencia de sustancias químicas, etc. El número y la complejidad de estos dispositivos crece a medida que aumenta también la escala zoológica. Todos estos receptores de estímulos se disponen en el exterior del cuerpo para percibir los cambios del medio y, muchos de ellos, también en distintos órganos internos, aunque a menudo formando sistemas propios, adaptados a la recepción de los estímulos internos. La transmisión de las señales recogidas por estos receptores se realza principalmente por vía nerviosa. Las respuestas de los órganos de control, dirigidas a partes u órganos específicos del animal, pueden ser de tipo nervioso o químico, siendo también hormonas los mensajeros utilizados en este caso.

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