Japón en el Siglo XIX

La intervención occidental en el Japón fue de signo muy distinto. Aislado durante siglos en su insularidad, el país rechazaba todo contacto con el exterior. Desde hacía tiempo, la figura del emperador había quedado borrada por la influencia de los shogunes, todopoderosos primeros ministros que desde hacía tiempo pertenecían a la familia Tokugawa.

Al forzar Estados Unidos la apertura de los puertos japoneses (1858), el emperador Mutsu Hito (1867-1916) supo reaccionar a fin de evitar que las arcaicas estructuras feudales acabaran cediendo al dominio occidental. Impuso su poder frente a los shogunes, a los que apartó del gobierno, y se lanzó a una acelerada modernización, copiando modelos de Occidente e introduciendo en su país la ciencia, la técnica y la organización militar más avanzadas. Pero la vertiginosa industrialización subsiguiente convirtió el Imperio, otrora satisfecho con su aislamiento, en una potencia imperialista que precisaba materias primas y mercados donde colocar sus manufacturas, y que consideraba el Extremo Oriente como su área natural de expansión. Este criterio llevó a la ocupación de Corea y a la guerra con China (1895), ganada por el Japón. Pero las miras se dirigían a Manchuria, muy rica en recursos.

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