Estados Unidos, Siglo XIX

Durante la primera mitad del siglo, la principal actividad del país consistió en la consolidación territorial, llevando la frontera progresivamente más al oeste del Mississippi, adquiriendo la Florida a España y despojando a México de gran parte de su territorio. Una pieza clave de la política exterior norteamericana fue la llamada doctrina Monroe, formulada por el presidente de este apellido. Se trató de una respuesta a la Santa Alianza, constituida en Europa tras el Congreso de Viena, y que después de su intervención en España para restaurar el absolutismo (los Cien Mil Hijos de San Luis, 1823), podía aventurarse a tratar de combatir la emancipación de Hispanoamérica. La divisa «América para los americanos», respaldada por el creciente poderío de Estados Unidos, disuadió de muchos intentos neocoloniales a las potencias europeas, pero también sirvió para justificar el imperialismo estadounidense en dirección Sur.

La Santa Alianza, impulsada por Alejandro de Rusia, Luis XVIII de Francia, Francisco I de Austria y Guillermo II de Prusia.

Las peculiaridades de la agricultura de plantación, desarrollada en el sur del país, alimentaban la perpetuación de la esclavitud. A medida que nuevos estados se incorporaban a la Unión, se establecía si en ellos podía haber o no esclavos, y finalmente se trazó un límite (compromiso de Missouri, 1820) al norte del cual no habría estados esclavistas. Zanjado momentáneamente el problema, a la larga se agudizaron las diferencias entre el Norte industrializado y proteccionista, receptor de inmigrantes europeos, muy poblado (20 millones de habitantes), y un Sur librecambista, patriarcal, demográficamente débil (10 millones de habitantes), agrario y basado por el momento en la esclavitud: el auge de la industria textil británica había impulsado, con su demanda, el cultivo del algodón, y faltaba mano de obra blanca en las plantaciones. Ambas mitades del país se enfrentaban, pues, por la disparidad de sus sistemas productivos y de sus estructuras económicas, así como por su forma de entender el ordenamiento político: el Norte abogaba por conferir al Congreso mayor capacidad legislativa, en tanto el Sur era autonomista y descentralizador y propugnaba el reconocimiento de más poderes a cada uno de los estados. Ante las presiones del Norte para imponer su hegemonía económica a todo el país, el Sur respondió acogiéndose a su derecho constitucional a segregarse de la Unión. El desencadenante inmediato fue la elección de un presidente, Abraham Lincoln, opuesto a los intereses del Sur. Este formó una Confederación y eligió a su propio presidente, Jefferson Davis, y estableció la capital en Richmond (Virginia). El ataque sudista al fuerte Sunter encendió la guerra de Secesión (1861-1865), en la que el Norte acabó venciendo por su superioridad industrial y demográfica. Finalizada esta contienda, comenzaron a actuar los dos grandes partidos, republicano y demócrata, y el país inició un desarrollo económico e industrial que en poco tiempo lo colocó a la cabeza de las naciones del mundo.

LA GUERRA DE SECESIÓN
Mientras que el Norte contaba con un ejército, el Sur hubo de movilizar a sus milicias. El general sudista Lee, considerado el mejor estratega de toda la contienda, y el general Johnston lograron equilibrar la situación entre ambos bandos pese a la inferioridad sudista. Este equilibrio se rompió en 1863, cuando Lee sufrió la grave derrota de Gettysburg, que cortó el paso de los sudistas o confederados hacia Washington. La etapa siguiente fue la conquista del valle del Mississippi a fin de partir en dos el territorio sudista, lo que consiguió el general Grant (más tarde presidente de Estados Unidos). Una nueva partición de ese territorio, en sentido perpendicular a la línea anterior, la logró el general Sherman, que se abrió, paso desde aquel río hasta la costa atlántica. Aunque el genio estratégico de Lee se manifestó en un movimiento envolvente que desbarató los logros de aquellos dos generales, la superioridad nordista era aplastante y Lee hubo de rendirse en Appomatox (9 de abril de 1865), lo que dio fin a la contienda. Aunque ésta fue cruel y produjo cientos de miles de muertos, la posguerra puede considerarse modélica, con total ausencia de represalias, respeto absoluto a los vencidos y libertad para usar banderas y símbolos de los estados del Sur.

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