La Cultura Renacentista

Este ciclo histórico, que en líneas generales abarca los siglos XV y XVI, y que inaugura la que llamamos Edad Moderna, tuvo su origen en Italia, donde la cultura bajomedieval, desarrollada principalmente en Francia y los Países Bajos, llegó a un punto de superación de sus propios esquemas y hubo de buscar su inspiración en el rico legado de la antigüedad grecolatina. Ello fue posible por la presencia física en suelo italiano de monumentos y otros recuerdos del pasado romano, y también por el contacto de las repúblicas mercantiles con el mundo bizantino, que conservaba en su integridad la cultura griega clásica, influencia ésta que se acrecentó con la emigración de intelectuales griegos a raíz de la conquista turca de Constantinopla.

La cultura escolástica predominante relegaba al hombre y la naturaleza a muy segundo plano, y la vida de las colectividades estaba penetrada de religiosidad y sujeta a la guía indiscutida de la Iglesia. La cultura renacentista fue individualista, laica y crítica, y utilizó en amplia medida las lenguas nacionales en detrimento del latín.

El espíritu renacentista tuvo una brillante plasmación en las artes. La búsqueda de la perfección formal a través del equilibrio, los estudios sobre perspectiva y el rescate de textos clásicos de arquitectura produjeron una floración única de obras maestras, sobre todo en Florencia, Venecia y Roma. Nombres como Botticelli, Piero de lla Francesca, Rafael, Miguel Angelo o Leonardo da Vinci, que trabajaron al servicio de burgueses, príncipes y papas, bastarían para considerar este período como uno de los más fecundos de la historia.

Durante el Renacimiento se adoptaron en Europa unos inventos que revolucionaron la guerra, la difusión de conocimientos y la expansión geográfica. Procedían de China y habían sido transmitidos por los árabes, y ahora hallaron su plena aplicación. Se trata de la pólvora, el papel, la imprenta y la brújula.

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