El Imperio Nuevo

Tras el segundo período intermedio y la invasión de los hicsos se inició el Imperio Nuevo, durante el cual Egipto, nuevamente unificado y con capital establecida en Tebas, en el Alto Egipto, vivió el período más esplendoroso de su historia y la plena madurez de su arte.

Las Tumbas y los Templos

Durante el reinado de Tutmosis I, las tumbas reales empezaron a trasladarse al célebre Valle de los Reyes, mientras que las reinas y los pequeños príncipes eran enterrados en hipogeos menores en el Valle de las Reinas; allí se encuentra la tumba de Nefertari. A diferencia de las grandiosas pirámides de los períodos anteriores, la entrada a estos hipogeos era extraordinariamente discreta -una medida de protección contra los saqueadores-, lo que contrastaba enormemente con unos interiores suntuosos, decorados con magníficos muebles y bellas decoraciones pintadas y en bajorrelieve. Cabe destacar las tumbas de Tutmosis III y Amenofis II por su fuerza expresiva y su factura esquemática, y la tumba de Horemheb, de factura mucho más clásica.

Entre los templos funerarios, el más notable es el de la reina Hatshepsut, en Deir el-Bahari, un speos parcialmente excavado en la roca que muestra una compleja construcción de terrazas escalonadas y que se trata, de hecho, de un tipo de templo especial, un hemispeos, influido probablemente por la vecina tumba de Mantuhotep, sustentado por magníficas columnas protodóricas o coronadas por capiteles hatóricos.

De la XVIII dinastía es más interesante el templo de Amenhotep III, del que se conservan algunos vestigios, y los famosos Colosos de Memnón. A la dinastía anterior pertenece el templo de Seti I en Abidos, decorado con extraordinarios relieves policromados. De tiempos de Ramsés II son el Ramesseum de Tebas, y el Templo Grande y el Templo Pequeño de Abu Simbel, presididos por las gigantescas estatuas de Ramsés II y Nefertari.

Fue en esta época (con la XVII dinastía) cuando el templo de culto adquiere su estructura definitiva, tomando un claro predominio sobre las construcciones funerarias de los períodos precedentes, como en los templos de Luxor y Karnak en Tebas. Una gran avenida de esfinges conducía hasta la entrada, formada por los pilonos trapezoidales, y frente a ellos los obeliscos y estatuas reales. Una vez cruzados los pilonos, se llegaba a un patio abierto hípetro, y a continuación a una gran sala hipóstila cubierta y oscura, con las columnas rematadas por capiteles en forma de palmera, papiro o loto, desde donde los elegidos podían apreciar los rituales. Al fondo, rodeado por corredores y habitaciones, se hallaba el santuario con la estatua del dios y las reliquias, en el que únicamente podían entrar el sumo sacerdote y el faraón.

Pinturas de escenas cotidianas que decoraban las paredes de las Tumbas de Tebas.

La Escultura

En el transcurso del Imperio Nuevo aparecieron nuevas tipologías, como las esfinges y las estatuas de faraones de proporciones monumentales (Amenofis III). Las estatuas de reyes, dioses y altos dignatarios muestran una fuerte individualización de los rostros, aunque no están exentas de una cierta idealización, como las de Hatshepsut, Tutmosis III, Amenhotep II y Amenhotep III. Tras el paréntesis del arte de Tell el Amarna, que representó la realidad en todos sus aspectos y deformaciones, las rígidas composiciones anteriores tendieron a una mayor espontaneidad y dinamismo tanto en las formas como en las composiciones; así se evidencia en la decoración de la tumba de Tutankhamón y en la tumba de Horemheb. Del reinado de Ramsés II se conservan las magníficas estatuas colosales de Luxor y Abu Simbel.

Muebles, marfiles, cerámicas, vidrios y orfebrería en oro, piedras preciosas y lapislázuli, compitieron en suntuosidad y refinamiento para embellecer las tumbas reales, como se pone de manifiesto a través del espectacular ajuar hallado en la tumba del faraón Tutankhamón.

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