Composición de la Sangre

La sangre consta de dos componentes fundamentales: por un lado, las células sanguíneas y diversas sustancias y elementos químicos, y por otro, una parte líquida que contiene las células y demás sustancias en suspensión, y que recibe el nombre de plasma sanguíneo.

Las células sanguíneas pueden agruparse en tres grupos fundamentales: glóbulos rojos o eritrocitos, glóbulos blancos o leucocitos y plaquetas. Los restantes componentes de la parte sólida son proteínas, lípidos, sustancias orgánicas nitrogenadas, enzimas, elementos como sodio o potasio, aglutinógenos y anticuerpos.

Cuando se produce la coagulación de la sangre se obtiene un líquido denominado suero sanguíneo.

Glóbulos Rojos o Eritrocitos

Son células carentes de núcleo, así como de mitocondrias y retículo endoplasmático. Su forma es discoidal, con un hundimiento en el centro por ambas caras, por lo que vistas lateralmente tienen un perfil bicóncavo.

Se caracterizan por contener hemoglobina, un pigmento de naturaleza cromoproteida, de color rojo, con capacidad de fijar el oxígeno. Debido a esta propiedad, la hemoglobina realiza el transporte del oxígeno desde los pulmones hasta las células del cuerpo, y el del anhídrido carbónico desde éstas hasta la superficie de los alveolos pulmonares para su eliminación.

Los eritrocitos tienen una vida media de unos 100 a 120 días, con una tasa de sustitución diaria del 0,8 %. En una persona sana se encuentran en una proporción que oscila entre 4,5 y 5 millones por mm3, valores que corresponden a los comunes entre mujeres y hombres, respectivamente.

Estas células sanguíneas se originan en la médula ósea, como resultado de un proceso llamado eritropoyesis. Cuando la persona está enferma, la formación de los glóbulos rojos tiene lugar también en el bazo y en el hígado, órgano en el que se forman la mayor parte de estas células durante la etapa fetal.

La eritropoyesis comienza a partir de una madre original de características totipotentes que se transforma en una célula denominada proeritroblasto. Esta célula experimenta, a continuación, una división que da lugar a dos eritroblastos basófilos, los cuales se dividen a su vez y originan dos nuevos eritroblastos, denominados policromáticos. Esta primera parte de la eritropoyesis corresponde a la fase de división.

La siguiente fase es la de maduración. En ella los eritroblastos policromáticos dan paso a normoblastos policromáticos, que se transforman después en ortocromáticos y, finalmente, reticulocitos. Entonces la célula se incorpora a la corriente sanguínea en forma de eritrocito.

Todo el proceso se caracteriza por una progresiva disminución en el tamaño de las células, que se reducen a la mitad o a un tercio de las dimensiones originales. Además, se produce también una pérdida de orgánulos celulares, como las mitocondrias y los ribosomas, que finaliza con la expulsión del núcleo.

Desde el punto de vista clínico, la relación entre los eritrocitos y su contenido en hemoglobina es un valor importante que permite detectar afecciones como la anemia. Esta relación, que se obtiene al dividir el valor de la hemoglobina por el doble de las dos primeras cifras del valor numérico de eritrocitos por cm3, recibe el nombre de índice hemoglobínico.

Los Glóbulos Blancos o Leucocitos

Bajo este nombre se agrupan varios tipos de células sanguíneas: los granulocitos, los linfocitos y los monocitos.

Los Granulocitos

Se caracterizan por contener gránulos de citoplasma, que pueden detectarse mediante tinción, y diversos enzimas. Como elementos del sistema inmunitario, se dirigen a través de los vasos sanguíneos hasta los lugares donde se encuentran las sustancias perjudiciales para el organismo, cuerpos extraños o parásitos, a los que destruyen por fagocitosis, absorbiéndolos.

Atendiendo a la naturaleza de los gránulos, se distinguen tres tipos de granulocitos: los basófilos, que se tiñen con colorantes básicos; los eosinófilos, que se tiñen con eosina o colorantes ácidos; y los neutrófilos, que son teñidos con colorantes neutros, ácidos y básicos. Todos ellos se forman en la médula Ósea a partir de mieloblastos, que desarrollan los gránulos transformándose en mielocitos. Poco antes de que éstos pasen a la sangre, se diferencian en los tres tipos citados.

Los Linfocitos

Son células con un núcleo muy gran de y redondo, rico en cromatina y con escaso citoplasma, que forma una porción periférica. Son los principales agentes del sistema inmunológico, pues están dotados de la capacidad de producir una reacción específica con un antígeno.

Un linfocito es uno de los principales agentes del sistema inmunológico.

En función de su papel inmunológico, se distinguen varios tipos de linfocitos:

  • Lintocitos B. Contienen inmunoglobulinas en su superficie y, cuando entran en contacto con un antígeno determinado, se transforman en células plasmáticas productoras de anticuerpos o en células con memoria que, más tarde, cuando vuelven a entrar en contacto con ese mismo tipo de antígeno, se reactivan y se transforman a su vez en células plasmáticas productoras de anticuerpos.
  • Linfocitos T. Tienen la capacidad de destruir células extrañas al cuerpo, inhibir reacciones inmunológicas, participar en la formación de los anticuerpos y almacenar información sobre determinados antígenos. Son los portadores de la inmunidad.
  • Linfocitos granulares. Son de gran tamaño, el núcleo adopta una forma arriñonada o redondeada, contienen gránulos y el citoplasma es de color claro. Su función consiste en destruir células extrañas al cuerpo.

El proceso de formación de los linfocitos es complejo. Se inicia en la médula ósea, donde se originan a partir de células madre totipotentes. Estas células van a parar a distintos órganos y experimentan un proceso de diferenciación. Las que llegan al timo se convierten en linfocitos T, mientras que las que acaban en los órganos linfáticos cercanos al tubo digestivo se convierten en linfocitos B.

Los Monocitos

Son los leucocitos de mayor tamaño, con un núcleo grande, irregular y, por lo general, de contorno lobulado. Contienen gran cantidad de fermentos, poseen capacidad fagocitaria y pueden transformarse en los macrótagos, células migradoras que se encargan de eliminar cuerpos extraños y restos celulares, es decir, de ir limpiando la sangre de residuos. Los monocitos tienen su origen en los monoblastos, que proceden de células madre indiferenciadas y se forman en la médula ósea.

En una persona normal, la fórmula leucocitaria, o sea, la proporción en que aparecen cada uno de los tipos de leucocitos respecto al total, es: neutrótilos 55-70 96, cosinófilos 2-496, basófilos 0,5-1 96, linfocitos 25-40 9% y monocitos 3-6 9%. La cantidad total de leucocitos oscila entre los 4.000 y los 9.000 por mm3 en los adultos, entre 8.000y 12.000 por mm3 en los niños, y entre 9.000 y 15.000 por mm3 en los lactantes.

Las Plaquetas o Trombocitos

Se trata de pequeños elementos corpusculares de la sangre, de borde irregular, que desempeñan un papel muy importante en la coagulación y en la hemostasis. En una persona sana normal su número varia entre 150.000 y 380.000 por mm3, y su vida media oscila entre ocho y doce días, destruyéndose en el bazo. Se originan a partir de unas células de gran tamaño que se forman en la médula ósea, los megacariocitos, que se disgregan en numerosos trombocitos antes de incorporarse al riego sanguíneo.

El Plasma Sanguíneo

Recibe este nombre la porción líquida de la sangre, transparente y de color amarillento. Contiene aproximadamente un 7 % de proteínas, las cuales participan en funciones muy diversas, como el transporte de componentes insolubles, la defensa inmunológica (con las inmunoglobulinas) y la coagulación de la sangre, al colaborar en las reacciones de los trombocitos.

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