El Arte Etrusco

Los etruscos, procedentes probablemente de Asia Menor, se asentaron en la región toscana hacia el 800 a.C., para extenderse desde mediados del siglo VIll a.C. por el norte y el sur de la península.

La Arquitectura Etrusca

Si bien la arquitectura etrusca no dio grandes obras monumentales, los escasos restos que se conservan de sus ciudades evidencian una esmerada ordenación urbanística: amplias calles pavimentadas y dotadas de cloacas, trazadas sobre un plano reticular donde se erigían los templos, casas, etc. Mención aparte merece, sin embargo, su arquitectura funeraria, una de las manifestaciones más interesantes del arte etrusco, cuya importancia se deriva evidentemente de la trascendencia que este pueblo concedió al culto de la muerte. Así pues, de las ciudades partían caminos que conducían a las grandes necrópolis, organizadas casi como ciudades, con tumbas subterráneas. Pronto se abandonó el tipo del tholos, de planta circular y
cubierto por una falsa cúpula, por un conjunto de varias cámaras, subterráneo o excavado en la roca, que generalmente contaba con una cámara central, un largo corredor y las cellas funerarias. En estas tumbas
se han hallado las obras más representativas del arte etrusco: valiosos ajuares y suntuosas sepulturas, con relieves, pinturas y urnas cinerarias.

Por lo que respecta al templo, los etruscos tomaron como modelo el templo griego, aunque sin la galería columnada que rodeaba la cella, presentando sólo columnas en el frente, lo que le daba el aspecto de fachada característico de la posterior arquitectura romana. En esta época todavía se trata de una obra algo tosca, en la que los elementos arquitectónicos están supeditados a los elementos plásticos y cromáticos, en especial a los revestimiento decorativos de terracota pintados en diferentes colores.

Las Artes Plásticas

La escultura etrusca fue básicamente de carácter religioso o funerario. Pocas son las obras de inspiración profana, como el famoso Apolo de Veyes, claramente influido por el arte jónico arcaico; incluso los retratos son exclusivamente eso, imágenes de difuntos para ser colocadas sobre las tapas de los sarcófagos y las urnas. Salvo en su marcada tendencia al realismo, la escultura etrusca muestra muchos elementos en común con
la escultura griega arcaica, en especial las formas rígidas, la sonrisa y los ojos almendrados de las figuras. Se diferencia de aquélla, sin embargo, por el empleo de materiales pobres como la terracota o la arenisca, por la falta del sentido de las proporciones, por el tratamiento de los ropajes, detallista y con abundantes pliegues, y por la rapidez de la ejecución y la expresividad que se confiere a las manos, como se evidencia en los relieves de los sarcófagos y las urnas cinerarias.

Cabe destacar también los magníficos trabajos de orfebrería y en bronce con interesantes esculturas que se diferencian de las coetáneas griegas por una concepción más realista y menos idealizada del personaje. Son notables el célebre Apolo de Veyes, antes mencionado, la Loba capitolina (siglo V a.C.), la Quimera de bronce, el Sarcófago de los esposos de Cerveteri, o la urna cineraria con Lucha sobre el cuerpo de Patroclo.

Por lo que respecta a la pintura, esta actividad se centró casi exclusivamente en la decoración del interior de las tumbas, como lo demuestra el hecho de que todos los restos que han llegado hasta nosotros se hayan encontrado precisamente en las necrópolis (siglos VI-V a.C.). Se trata de escenas de la vida cotidiana -danzas, carreras de atletismo, escenas eróticas y de caza, juegos, etc., organizadas en registros horizontales, a modo de grandes frisos descriptivos, aunque posteriormente, a partir del siglo IV, empezaron a dominar los paneles con escenas independientes y grupos aislados de figuras. Son imágenes en las que se resalta la silueta y los rasgos anatómicos más característicos con fuertes líneas de contorno, que delimitan con gran expresividad espacios rellenos por colores planos, y que se estructuran en composiciones simples y simétricas.

LA PINTURA ETRUSCA
Los frescos de las tumbas etruscas de Tarquinia, Chiusi, Cerveteri o Vulci, constituyen un maravilloso conjunto de imágenes, cuya misión fundamental era la de recrear un ambiente familiar para la morada definitiva del difunto. Son escenas agradables y alegres de la vida del difunto -danzas, juegos, banquetes- complementadas con elementos decorativos como frisos y zócalos, destinadas a reconstruir el ambiente doméstico. A partir del siglo v a.C. apareció una temática menos realista, interesada por representar el destino del hombre más allá de su existencia terrena, con la introducción de seres provenientes del mundo fantástico: demonios, dioses y héroes.

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