El Arte Cretomicénico

A partir del siglo VIII empezó a desarrollarse en el África y en el Peloponeso uno de los períodos más significativos de la historia de la civilización occidental: la Grecia Clásica, una nueva civilización que aportará a la cultura occidental un arte refinado y racional, la forma de gobierno democrático, el modelo de polis independiente y una religión más humanizada.

La conquista de la razón para dar sentido al caos y diversidad percibidos por por los sentidos y la búsqueda de un ideal de orden y mesura mediante el análisis racional se hallan en la base de los principios estéticos del arte y la belleza griegos: la belleza como armonía de las partes con el todo. Estas ideas quedarán perfectamente plasmadas en la arquitectura con la introducción del concepto de órdenes arquitectónicos, es decir, de la proporción entre las partes del edificio, y en la escultura con los cánones de proporción y belleza. Edificios y esculturas se convirtieron, pues, en expresión de la armonía de la naturaleza.

Las civilizaciones prehelénicas, minoica y micénica, se desarrollaron en un espacio temporal similar, extendiéndose desde el milenio III hasta mediados del siglo Xiii a.C. En Creta floreció una brillante civilización basada en la agricultura y el comercio, que desarrolló un arte delicado y dotado de una gran libertad expresiva. Paralelamente, en Micenas, los aqueos crearon una cultura aristocrática muy determinada por su carácter guerrero, con ciudades amuralladas y una notable arquitectura funeraria.

La Creta minoica

A partir del milenio III a.C. la isla de Creta experimentó la transición del Neolítico a la Edad de Bronce (período minoico), y durante más de un milenio de paz pudo desarrollarse la civilización cretense o minoica, que se ha dividido para su estudio en tres fases fundamentales:

  • Minoico antiguo (desde el 2.700 a.C.)
  • Minoico medio (a partir de 2.000a.C.)
  • Minoico reciente (1.580 a.C.)

En este último período la isla se vio sacudida por sucesivas oleadas de invasores provenientes de Grecia continental, entre ellos el pueblo aqueo, heredero de la cultura que originó la civilización micénica.

aproximadamente hacia el 200 a.C. se erigieron los primeros palacios, feudo de los poderosos señores locales, especialmente en Cnossos, Faistos y Malia. Los bastos palacios cretenses siguen un esquema bastante similar al de los palacios orientales, desarrollados como una pequeña ciudad, con sus distintas zonas independientes en torno a un gran patio central, aprovechando los desniveles del terreno para desarrollar los diferentes espacios: las estancias reales, las salas de audiencias, las habitaciones de servicio, estancias para la administración, salas de baño, etc. Son espacios adintelados, sustentados por las características columnas de fuste más estrecho por la parte inferior y coronadas por un capitel formado por moldura convexa y un ábaco cuadrado. Estos grandes complejos palaciegos estaban suntuosamente decorados con magníficos frescos, que en la fase de máximo esplendor alcanzaron un extraordinario naturalismo. La utilización de colores básicos bien delimitados por una línea negra contribuyó a acentuar la sensación de teatralidad y a resaltar el efecto escenográfico del conjunto. Sus escenas, deudoras de la plástica egipcia, se caracterizan por la vivacidad y la riqueza de su colorido, por ejemplo, con una intención puramente decorativa, de motivos inspirados en la naturaleza y por la exaltación de la figura humana a través de un amplio desfile de personajes: sacerdotisas, bailarinas y portadores de ofrendas, plasmados todavía con un cierto hieratismo (La tauromaquia, de Cnossos).

Ruinas del Palacio de Cnossos en la isla de Creta.
El Palacio de Cnossos, con sus típicas columnas de madera roja, se organizaba en torno a un gran patio central y un laberinto de corredores y estancias.

Por lo que respecta a la pintura sobre cerámica, otra de las manifestaciones artísticas más notables de la isla, cabe distinguir dos períodos importantes, correspondientes ambos al minoico medio: el de la cerámica llamada Camares, decorada con motivos geométricos (espirales) o fitomorfos, y el estilo de los nuevos palacios o segundos palacios, que surgió a fines de este período, y que se caracterizó por el empleo de una decoración más naturalista en la que aparece representada especialmente la fauna marina (pulpos, peces, etc.).

Por lo que respecta a la escultura, las únicas obras que se conservan son pequeñas estatuillas, de arcilla, bronce o marfil, como el Acróbata, el Adorante y la Sacerdotisa Diosa de las serpientes de Cnossos.

En el campo de las artes decorativas, cabe destacar los magníficos trabajos en oro, plata y bronce; sobre piedras duras, como el jaspe o el cristal de roca, y sobre piedras blandas como la esteatita: broches, collares, sellos y otros objetos de adorno, con motivos vegetales y animales.

Render de como pudo ser el Palacio de Cnossos
Render de como pudo ser el Palacio de Cnossos.

Los Reinos Micénicos

Tras la desaparición de los centros cretenses a fines del siglo XV a.C., el dominio del mundo egeo pasó a los reinos micénicos de Micenas, Argos, Tirinto, Corinto y Lacedemonia. Cronológicamente, el período micénico se extendió de 1580 a 1100 a.C., dividido en varias etapas, que determinaron los aspectos más antiguos de la cultura griega vinculada con la herencia artística minoica.

A diferencia de los cretenses, un pueblo de comerciantes, los aqueos fueron eminentemente gentes guerreras, que convirtieron la acrópolis fortificada en un símbolo del poder señorial y también en centro de la vida social. De los vestigios conservados cabe destacar las ciudadelas de Tirinto y de Micenas. Esta última constaba de un amplio recinto amurallado, erigido a 300 m de altitud, en un lugar de difícil acceso y alejado del mar. La muralla se construyó en dos etapas:

  • Primero se emplearon grandes bloques de piedra colocados de forma irregular.
  • Segundo, un aparejo regular, en el que se articuló la célebre Puerta de los leones.

A pesar de no existir torres de defensa, esta potente muralla pudo proteger muy bien la ciudad baja y la acrópolis. La ciudadela micénica siguió un esquema riguroso, con ordenaciones axiales; lo mismo se observa en el palacio, que, a diferencia del minoico, se erigió como un conjunto cerrado y perfectamente ordenado. Constaba del santuario, la sala del trono y el megaron, una sala rectangular cerrada, precedida de un doble atrio, en torno a la cual se organizaban todas las dependencias del palacio. El espacio principal del megaron, que podía disponer de dos pisos, tenía un hogar en el centro, rodeado de cuatro columnas que soportaban el techo, en el que se abría un lucernario para permitir la iluminación interior.

La ciudad de Tirinto, por su parte, es un magnífico ejemplo de lo que fueron las ciudadelas micénicas, dominadas por el carácter belicoso de su pueblo, claramente reflejado en las poderosas murallas, de aparejo ciclópeo, que la defienden.

Uno de los cultos de la Creta minoica fue el de la Diosa Madre, al que pertenece la Sacerdotisa o Diosa de las serpientes en loza policromada y vistiendo la indumentaria refinada de la corte.

Otro de los aspectos más notables de la cultura micénica son sus conjuntos funerarios o tumbas reales, las más antiguas de las cuales datan del 1.500 a.C. Cabe destacar por su monumentalidad la conocida como el tesoro de Atreo, que forma parte del grupo de nueve tumbas que se han hallado en la acrópolis micénica. De estos conjuntos enterrados, tan sólo se veía el dromos o pasillo de entrada que daba acceso a la sala circular cubierta por una falsa cúpula, obtenida por aproximación de hiladas, y que en ocasiones, como en el caso de la de los Atridas, poseía además una sala anexa de forma rectangular, que posiblemente sirvió de osario. Anteriores a las tumbas con cámara son las denominadas tumbas de foso, halladas en la parte baja de la ciudad de Micenas, en las que el lugar destinado a enterramiento estaba rodeado por un círculo de piedras dispuestas verticalmente para separarlo de los vivos.

Es muy poco lo que se conserva de la actividad escultórica de este pueblo, a excepción de la célebre Puerta de los Leones, en la entrada a la acrópolis de Micenas, en la que aparecen representados en relieve dos leones enfrentados y separados por una columna.

La composición, rígidamente simétrica, muestra las figuras de los animales en posición heráldica.

Más abundantes son los restos pictóricos extraídos de los palacios micénicos, en los que se observa una clara predilección por las composiciones de carácter monumental, influidas por la tradición cretense. Una de las obras más importantes es el fresco de la Procesión de mujeres, hallado en Tirinto, al que hay que sumar las escenas de caza o de guerra de Pilos. Si bien la cerámica revela un considerable nivel de perfección técnica, los trabajos en orfebrería, realizados para los suntuosos ajuares funerarios, se caracterizan por el lujo y la riqueza de los materiales empleados. Se trata de piezas de una gran originalidad y calidad, por lo que se refiere a sus diseños: armas, copas, máscaras funerarias, sellos y joyas en oro y plata, de una belleza extraordinaria, como se pone de manifiesto en la Máscara de Agamenón dotada de una gran fuerza expresiva, y en los extraordinarios vasos de Vafio, con representaciones, en relieve, de la cacería del toro salvaje y su domesticación.

Decoraba el ala oriental el fresco de La tauromaquia, que plasma con total naturalismo uno de los juegos más apreciados en la corte.

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